viernes, 16 de septiembre de 2011

La sonrisa de un ángel negro

   Como cada noche, tras la última calada de la esencia gris que enturbia el alma del hombre, sosegando así su ansia desesperada, me adentré en el bosque de los cuervos sin alma. Un bosque oscuro y desolador, triste y agrietado por el continuo aroma amargo de la presencia de lo no presente, un silencio estremecedor y el silbido del viento entre los árboles acompañaban a una noche fría, no obstante pacífica.





   








Huellas entre la tierra húmeda, y un rastro de sangre aún fresca me dieron paso al camino de una cita con los fantasmas del ocaso. Postrado ante mi ser, al final de una ruta sórdida y solitaria, bajo el mas oscuro de los árboles, con un aura que desprendía un perfume hechizante que hacía que mi ser se encogiera en la más frustrada sensación de inferioridad, un ser hermoso como ninguno, aunque podía sentir la tristeza albergada en su interior. Cada segundo su mera presencia me conducía hasta el, tal era su belleza que cegado ante la bruma de su ánima quedé atrapado entre sus brazos sintiendo cada lagrima y cada suspiro. Cabello azabache y ondulado, rostro cansado, y un largo vestido negro que acompañaban sus alas encogidas entre un un cuerpo sangriento y debilitado.
   Me senté a su lado y pregunté curioso, solo con la intención de encontrar una respuesta del destino que me condujo hasta aquella presencia. Su respuesta fue concisa, tan solo una mirada bastó, acompañada de la sonrisa mas reluciente, un alma en pena que luchaba por sobrevivir las adversidades que le depararon un mundo de tinieblas y verdades temidas. Solo me quedé allí sentado, observando aquel maravilloso ser, que con un puñal en la mano, y una rosa en la otra, narraba su historia con tal delicadeza y sentimiento, que ni el mas audaz de los héroes, ni el mas culto de los historiadores podría haber expresado con tal plenitud.
   Horas y horas pasaron, historia tras historia, con el aliento casi disipado, ambos dos en el confín de la eternidad, almas vagando por el bosque, entre los seres de la noche, los cuervos sobrevolaban el lugar en busca de almas que corromper, en busca de la carnaza débil al borde de la rendición, intentando escarbar en lo mas hondo del corazón de las personas que se adentraban en tal tenebroso lugar. Mas no era afortunada la noche para el vil carroñero que pretendía recoger los trozos de un ánima destruida, pues la luz que desprendía aquel ángel, aun siendo sombrío el color de sus alas, abatía cualquier intento de perdición.
   Y así... La sonrisa de aquel ángel, camuflado entre el sabor atezado de la noche, me cubrió con su manto de pureza y voluntad, y así compartiendo el sueño de una noche gélida, comprendí, que el puñal que sostenía aquella criatura, no era la causa del sufrimiento, sino la herramienta para poder extraer las espinas de la rosa marchita que un día se quedaron clavadas en su interior, que aún siendo la fuente de su dolor sostenía en su otra mano, con la fuerza del recuerdo de aquella flor que en un pasado daba color a su vida.

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